La carta (enferma)

“La carta (enferma)” de Gabrielle Munter

Escribí el desafío en forma de “Caja negra”, si conocer a la autora, ni la época, ni su intención, aunque he de sentirme contento de que no me desvié demasiado ni de la temática ni del sentido, solo me confundí de conflicto.

Este cuadro me lleva a las primeras decádas del siglo XX. El decorado, los pocos dibujados peinados, la lámpara.

Dos mujeres. Una vestida de negro nos dice que está de luto que ha perdido a alguien querido.

La otra en la cama, aquejada de una debilidad o enfermedad que viene a ser casi lo mismo.

Una de ellas de luto nos lleva a una guerra, una de las grandes guerras que asolaron el mundo en la primera mitad de ese siglo.

Y la carta…, la última carta desde el frente del soldado que suponemos muerto, o la carta de un soldado todavía vivo.

Leamos pues la carta.


Bélgica, 12 de diciembre de 1944

Mi querida Lisette,

Hoy he encontrado un momento tranquilo, y lo primero que he querido hacer es escribirte. Aquí el clima no acompaña mucho, llueve sin parar y hace un frío que nos obliga a mantenernos siempre en movimiento. Pero no te preocupes, estamos bien y hacemos lo mejor que podemos para mantenernos cálidos y animados.”

Lisette, recostada en la cama, quería imaginar cómo sería el frente donde estaba Frank. A veces pensaba en una llanura inmensa, venteada y nevada; otras, en un río ancho, bravo y caudaloso que separaba a los combatientes. En ocasiones, incluso se lo figuraba como un bosque oscuro, tupido y traicionero, donde cada árbol podía ocultar un peligro. Pero, más allá de sus conjeturas, siempre volvía a una imagen constante: la de Frank, con su sonrisa calmada, encontrando una manera de sobrellevarlo todo.

Margot, sentada en una silla al lado de la cama, siguió leyendo la carta en voz alta.

“Esta mañana hemos tenido un rato que nos ha sacado una sonrisa. James, que siempre parece tan serio, nos sorprendió con un concierto improvisado. Con una vieja caja de madera se puso a ‘tocar’ algo parecido a música, y no pudimos evitar unirnos a su ritmo. Fue uno de esos pequeños momentos que nos recuerdan que incluso en los días más grises se puede encontrar un poco de alegría.”

Margot dejó escapar una sonrisa mientras leía. Aunque lo había leído muchas veces, siempre le sorprendía la habilidad de Frank para transmitir optimismo. Qué diferente era de Tommy, que en sus cartas describía, con un exceso de sinceridad, el horror del frente.

Se inclinó hacia la mesa, tomó la cafetera y sirvió una taza caliente tanto para Lisette como para sí misma. Había algo reconfortante en mantener sus pequeños rituales, incluso en medio de la incertidumbre.

“Sé que esperábamos estar juntos esta Navidad, pero parece que tendremos que esperar un poco más. Todos aquí confiamos en que la primavera nos traiga el fin de esto y nos permita volver a casa, donde realmente pertenecemos. Hasta entonces, quiero que sepas que pienso en ti todos los días y que mi mayor deseo es volver a tu lado.”

Margot pensó en la última carta que recibió de Tommy. En ella, él había prometido que en Navidad todo habría acabado y estarían en casa. Promesas que, con el paso del tiempo, se convirtieron en un ciclo cruel: en verano decían que para invierno, ahora que el otoño había pasado, confiaban en la primavera. Pero Margot ya sabía que en primavera, si acaso llegaban nuevas promesas, dirían que sería para el verano.

La siguiente carta que recibió de Tommy no llevaba sus palabras. Venía del Cuartel General y, con una frialdad que todavía la hacía estremecer, le informaba de su muerte en combate. Las frases reconfortantes que seguían eran un sinsentido: “un héroe para su patria”, “sacrificio necesario”, bla, bla, bla. Nada de eso llenaba el vacío que había dejado.

Desde entonces, las cartas de Frank eran el único nexo con una esperanza lejana. Desde que ellos se fueron al frente, Lisette y Margot habían adoptado el hábito de intercambiar las cartas para leerlas en voz alta. Incluso cuando Lisette cayó enferma, nada cambió, salvo el salón por la habitación y el traslado de la pequeña mesa, donde aún degustaban juntas el café.

“Cuida mucho de ti, mi amor, y recuerda que en cada cosa que hago estás tú. Este tiempo lejos solo hará que valoremos aún más lo que compartimos.

Con todo mi cariño,

Siempre tuyo,

Frank

Lisette cerró los ojos plácidamente y se sumió en una somnolencia. Margot dobló la carta con cuidado, alisando los bordes desgastados, y la dejó junto a las tazas vacías en la mesita. Allí esperaría hasta mañana, cuando probablemente sería leída otra vez. O tal vez el día traería nuevas noticias, esperadas con ansias o temidas en silencio. Mientras apagaba la lámpara de la mesita, no pudo evitar preguntarse si algún día recibirían el final prometido en tantas cartas.

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